Description
Óleo sobre lienzo. Presenta desperfectos en la pintura y repintes. Marco sin Adherir. Medidas: 149 x 247 cm; 169 x 254 cm (marco). En esta obra de formato apaisado, el autor nos presenta una composición dinámica, poblada de personajes, que indican su finalidad narrativa. En primer plano a la izquierda se aprecia el grupo más relevante, lo que se puede observar no solo por su disposición en la composición, sino también por el tamaño de sus cuerpos. Este grupo está formado por el Padre Roelas, sentado frente a un altar donde descansa un libro abierto (La Biblia), y un pequeño incensario. Este abre sus brazos en actitud de acogida. Frente a él, el Arcángel San Rafael, lleva sus manos hacia su pecho. Destaca la pulcritud de las vestimentas, que se definen por el blanco que aporta una gran luminosidad, respecto al resto de la composición. A dicha particularidad se suma la nívea piel, el brillo de sus doradas sandalias, además del detallismo de su anatomía. Junto a ellos, podemos observar un grupo de angelitos, dos de los cuales sostienen una orla con la leyenda; “Yo te juro, por Jesucristo crucificado, que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por guarda de esta ciudad”. La cual nos permite identificar el tema escogido por el artista. La composición finaliza con un grupo dispuesto en el ángulo superior izquierdo, compuesto por varios personajes, ricamente ataviados, que se disponen sobre caballos. Estos son señalados por el Padre Roelas, que se sitúa de pie a la izquierda del grupo. Andrés Roelas, fue un sacerdote cordobés, del siglo XVI. Su popularidad, especialmente en la ciudad de Córdoba, se inició cuando el Arcángel San Rafael, se le apareció cuatro veces, durante la epidemia de peste que asolaba la ciudad. El Arcángel anunció al padre, que salvaría la ciudad, sin embargo, Roelas acudió a los teólogos, quienes previnieron, que preguntara el nombre del Arcángel, en caso de una quinta aparición. Fue entonces cuando San Rafael se volvió a aparecer y le dijo: Yo te juro, por Jesucristo crucificado, que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por guarda de esta ciudad”. Tras esta última presencia del arcángel, la peste comenzó a remitir y el padre Roelas fue alabado como el responsable de dicho milagro. El siglo XVII supone en la escuela andaluza la llegada del barroco, con el triunfo del naturalismo frente al idealismo manierista, una factura suelta y otras muchas libertades estéticas. En este momento la escuela alcanza su mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras, como por el rango primordial de la pintura barroca hispalense. Así, durante la transición al barroco encontramos a Juan del Castillo, Antonio Mohedano y Francisco Herrera el Viejo, en cuyas obras se manifiesta ya la pincelada rápida y el crudo realismo del estilo, y Juan de Roelas, introductor del colorismo veneciano. A mediados de la centuria se produce la plenitud del periodo, con figuras como Zurbarán, un joven Alonso Cano y Velázquez. Finalmente, en el último tercio del siglo encontramos a Murillo y Valdés Leal, fundadores en 1660 de una Academia donde se formarán muchos de los pintores activos durante el primer cuarto del siglo XVIII, como es el caso de Meneses Osorio, Sebastián Gómez, Lucas Valdés y otros.
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